¿Dónde está el arte? Por Antropóloga Victoria Ayala Velázquez

A propósito de la exposición fotográfica “Arte comunitario: un relato visual de experiencias”, junio de 2019.

El modelo económico del siglo XXI, caracterizado por la acumulación masiva de recursos en manos de unos cuantos, nos ha bombardeado con un discurso que sitúa al arte como una expresión inaccesible para todas y todos.

Y es que pensemos, ¿quiénes pueden acceder a las llamadas “bellas artes” o caminar por las salas de exhibición de museos y galerías internacionales? Justo ayer, reflexionaba en esto mientras tomaba una clase de pintura.

En un estudio donde estábamos cinco personas, tres discutían sobre pintores y músicos renombrados, (renombrados por el consenso de una mirada occidental). La acalorada discusión sobre quién era mejor se daba entre galletas, té de limón y música clásica.

En un instante de revelación, de esas que nos cuestionan, me sentí completamente fuera de lugar y noté que otra compañera también (recordemos que había cinco personas en la habitación). No tomábamos parte en la conversación porque no conocíamos a las personas de quienes hablaban.

Pensé… ¿Y si hablo de la belleza que implican los sonidos del violín en la música tradicional de la huasteca poblana, o de las hermosas pinturas en que se convierten vestidos bordados con hilos multicolor por artesanas oaxaqueñas, encajaré en la plática?

Recordé lo que ya sabía: la dominación es en principio ideológica.

El recurso del arte no es un privilegio, es un derecho. Una expresión universal presente en todas las culturas del mundo: desde los hermosos mándalas tibetanos hechos con arena, las máscaras ceremoniales africanas, las danzas rituales polinesias, las pinturas de arena de los navajos en EE.UU, hasta los bordados en telar de cintura de las artesanas de la sierra veracruzana. En todo lugar y en todo tiempo hay muestras de creatividad, ingenio y gusto por expresar.

Eso es lo que se vivencia con el arte comunitario, se busca estimular la capacidad creadora de los seres humanos para comunicar, para sentir, para vivir. Critica la hegemonía de los lugares tradicionales como galerías y museos para llevar el arte a las calles, las cárceles, los hospitales, el barrio, una pared en vía pública o un centro cultural comunitario.

Me llena el corazón el trabajo que se ha invertido en todo el mundo por llevar a estos espacios algo que siempre ha sido nuestro, de todos.

Gracias al arte he visto a personas transitar el dolor acompañados de un libro, personas que se decían así mismas “tímidas” salir a la calle a contarles cuentos a los niños por amor a la lectura, a mujeres ocupadas en las labores domésticas estirarle horas al día para regalar su tiempo poniéndole color a las paredes grises de su barrio.

Sin importar las diferencias culturales, desde Sonora hasta Yucatán, las personas nos conectamos entre sí a través de otros lenguajes que no siempre son los de la palabra. Nuestra capacidad creativa nos convoca y el gusto por el arte nos alienta a trabajar en conjunto con quien nunca pensamos conocer o a quien nunca pensamos dirigirle la palabra. Para mí allí está el verdadero arte.