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Mostrando entradas de agosto, 2016

Vargas Vila, el más temido de los panfletarios colombianos Por: HAROLD ALVARADO TENORIO

Vargas Vila, señor de rayos y leones, callado y solitario recorre las ciudades, y ninguno alimenta rebaño de ilusiones, como este luminoso pastor de tempestades. Rubén Darío Que yo sepa, solo una losa de piedra, sobre una de las paredes de la fachada de una casa sita en la carrera 2a. número 12-14 de La Candelaria, lo recuerda: “Aquí nació, el 23 de junio de 1860, José María Vargas Vila, autor de Aura o las violetas”. Sus restos, si es que existen, viven en la indiferencia de una cárcava del Cementerio Central, que habrán ido a parar quién sabe dónde, entre los huesos desplazados por las políticas urbanísticas recientes, que vaciaron 18 mil sepulturas para levantar un parque que emperifolla una estatua, hueca, renacentista y ecuestre, de Fernando Botero. Fue, a pesar del desprecio y el olvido, el escritor colombiano más leído y vendido del siglo pasado, y su gloria no desmerece de la de Gabriel García Márquez, con quien más de una vez se ha contrastado. Al menos, fue tan r

Cuando el vallenato y la política iban de la mano - Julio Oñate, Sara Araújo

La tradición narrativa, incuestionable en el canto vallenato, que tiene la particularidad de ubicarnos en el tiempo y en el espacio con personajes, sitios geográficos y momentos que hacen parte de la historia, no dejó de lado la política nacional ni a sus protagonistas. Del primero que se tiene conocimiento por la tradición oral es un punto de quiebre de la historia electoral de Colombia que quedó registrada en el tema La cédula electoral, de Sebastián Guerra (1903). Este juglar de Rincón Hondo (Cesar), reconocido como uno de los más importantes de su tiempo, definió como “una picardía” la decisión del presidente conservador Miguel Abadía Méndez de exigir el pago de 20 pesos para tramitar la cédula electoral (el documento de identidad que avalaba a los hombres mayores de 21 años, edad mínima para votar), un costo elevadísimo que impedía a los más pobres acercarse a las urnas. Así que, sin más reparos, a ritmo de son el juglar entonó su más sincera protesta por la ley sancionad

Mario Hernández: el hombre curtido

Todos pueden llamar a Mario Hernández y él contesta. Su extensión en la empresa Marroquinera S.A., en Bogotá, es la 105. Así lo anuncia él mismo en la grabación del conmutador: “Soy Mario Hernández, mi lema es ‘la vida es una oportunidad’. Si tiene alguna sugerencia o queja se puede comunicar conmigo directamente”. Mario Hernández está en todo. Casi podría decirse que cada uno de los 150.000 bolsos, las 10.000 chaquetas o los 50.000 zapatos que vende al año en sus 60 tiendas en Colombia, Venezuela, Costa Rica, Panamá, Aruba y Moscú, han pasado por sus manos y sus ojos. Todos los días entra a su fábrica por la planta, donde ha llegado a tener 600 empleados, sigue por diseño donde dice: “Hagan esto así. Ponga aquí. Eso no me gusta. Hay que achicarlo. Hay que agrandarlo”. Luego llega a su escritorio donde tiene té caliente y agua que él mismo se sirve, porque “en la vida hay que untarse”, dice. Se identifica con Steve Jobs por su perfección y su terquedad. “Si yo no fuer

Elegía a “Desquite” Gonzalo Arango

Sí, nada más que una rosa, pero de sangre. Y bien roja como a él le gustaba: roja, liberal y asesina. Porque él era un malhechor, un poeta de la muerte. Hacía del crimen una de las más bellas artes. Mataba, se desquitaba, lo mataron. Se llamaba “Desquite”. De tanto huir había olvidado su verdadero nombre. O de tanto matar había terminado por odiarlo. Lo mataron porque era un bandido y tenía que morir. Merecía morir sin duda, pero no más que los bandidos del poder. Al ver en los diarios su cadáver acribillado, uno descubría en su rostro cierta decencia, una autenticidad, la del perfecto bandido: flaco, nervioso, alucinado, un místico del terror. O sea, la dignidad de un bandolero que no quería ser sino eso: bandolero. Pero lo era con toda el alma, con toda la ferocidad de su alma enigmática, de su satanismo devastador. Con un ideal, esa fuerza tenebrosa invertida en el crimen, se habría podido encarnar en un líder al estilo Bolívar, Zapata, o Fidel Castro. Sin ningún ideal, no