Comenzaron a verse las primeras casas de la ciudad. Seguían alegando, ahora con largas pausas que renovaban las reservas de rencor en cada uno de los presentes. Al perder el maestro la paciencia y ordenar que cesara la disputa, todos guardaron un temeroso silencio en el interior del vehículo. —¡Basta ya! —gritó con repentina energía, que no dejaba lugar a réplica ni a desobediencia. Venían discutiendo desde cuando subieron al destartalado autobús con toscas bancas de madera que los recogió a orillas del lago. Era algo relacionado con la cuenta del hotel pendiente desde la última vez que predicaron por allí. Al recogerlos el ómnibus, el que parecía su jefe y de cuya mirada se desprendía una febril tensión interior, atemperada por una dulzura melosa, les hizo ademán de terminar la disputa con el evidente propósito de que los pasajeros no se enteraran del asunto. Pero la terquedad del más viejo de los doce, que estaba vestido como los pescadores del puerto, y la inagotable y rabiosa...
Espacio de discusión académica que apela a lo que comúnmente se repite en los pasillos de las escuelas de derecho “el que sólo sabe de derecho, nada sabe de derecho”; será un cenáculo de conversación a veces de noticias de actualidad, música, arte, opiniones diversas entre otros, donde se permita pensar el derecho