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¿Ornamentos inútiles? Piedad Bonnett


El ministro de Educación de Japón les ha pedido a 86 universidades de su país que cierren sus facultades de Ciencias Sociales y Humanidades, y que en su reemplazo abran carreras que respondan a las necesidades de la sociedad actual.
26 universidades japonesas confirmaron ya sus proyectos de cerrar estos programas y algunas otras de reducirlos.

Podríamos creer que esta es una propuesta singular que se da en un país bastante alejado de nuestra cultura, pero ya Martha Nussbaum alertó en su libro Sin fines de lucro, publicado en 2010 por Princeton University Press, sobre la tendencia mundial a erradicar las artes y las humanidades de la educación secundaria y universitaria, por ser consideradas “ornamentos inútiles”. Nussbaum da ejemplos contundentes al respecto y lanza un llamado a las naciones del mundo a repensar esta postura.

La escritora norteamericana, que ha sido profesora de derecho y ética en universidades como Brown, Oxford y Harvard, explica que el menosprecio de las humanidades se da en sociedades donde el progreso se mide sólo a partir del producto interno bruto per cápita. Y donde el modelo de desarrollo, al tener como única meta el crecimiento económico, no considera importantes ni la distribución de la riqueza ni el afianzamiento de la democracia y mucho menos la calidad de vida que nace de la creatividad y el pensamiento crítico. “La cultura del crecimiento económico”, como la llama Nussbaum, piensa que en educación basta con capacitación técnica que permita crear una élite competente para los negocios, puesta al servicio incondicional de sistemas que desalientan la actitud analítica y crítica, ya que “la libertad de pensamiento resulta peligrosa” porque atenta contra la docilidad que se espera de los estudiantes. Esa cultura da importancia desmedida a la información y por tanto a los exámenes estandarizados por encima de otras formas de evaluación. Y ha convencido a los padres de que ciertas disciplinas no sirven para nada.

Ahora que en países como el nuestro se ha puesto en evidencia el fracaso de la educación, y que esta vuelve a ponerse sobre el tapete como un problema prioritario de los gobiernos, vale la pena preguntarse para qué sirven las ciencias sociales y las humanidades. Una educación humanista quiere personas con capacidad de argumentar, de investigar y crear, capacidades que no son mensurables mecánicamente. Y sabe que sólo conociendo nuestra historia y examinando con ojos críticos las propuestas de los políticos podemos ser ciudadanos responsables a la hora de votar. Que es la razón y no la verdad revelada la que nos debe llevar a decidir en asuntos éticos y morales. Que la literatura y el arte tienen el poder de incitarnos a mirar distinto, a abrir caminos de empatía y aceptación de lo distinto. Y que la música, la danza, la pintura y la poesía nos dan opciones de desarrollar nuestros talentos, pero también son fuente de felicidad. Una palabra que suele olvidarse cuando lo que se busca con la educación es sólo producir más.



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