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GILLES LIPOVETSKY

Han pasado más de 20 años desde que Gilles Lipovetsky se convirtió en uno de los intelectuales más respetados gracias a su análisis de las transformaciones sociales en 'La era del vacío'. En ese ensayo, el filósofo francés describía los retos que plantea lo que él llama el “hipermodernismo”, una época que se caracteriza por el consumismo, el narcisismo, el hedonismo y la primacía de lo individual sobre lo colectivo.
Han transcurrido más de dos décadas desde la publicación de ese libro –hoy convertido en un referente para los seguidores de la corriente del posmodernismo–, pero Lipovetsky demuestra que los conceptos que empezó a desarrollar ahí siguen vigentes.
Los poderes institucionales, las iglesias, las tradiciones, tienen cada vez menos capacidad de control sobre los comportamientos. Frente a eso hay individuos que reaccionan estresándose o desarrollando cuadros de ansiedad, un malestar frente a la vida, inquietudes. Y hay otros que no se adaptan para nada a este cambio y caen en la delincuencia. Están como en perdición, se buscan a ellos mismos, y eso los lleva a veces a la cárcel, donde son influenciados por predicadores. En una sociedad que ya no tiene una formación religiosa sólida, pasan de la delincuencia a un compromiso religioso total. Es bastante espectacular”, comenta este hombre, de 71 años.
Gilles Lipovetsky estuvo de paso por Chile, invitado por la Facultad de Educación de la Universidad Católica, para participar en un ciclo de charlas sobre hipermodernidad. Y la situación de su país tras los atentados terroristas de noviembre, cometidos por islamistas radicales, es un tema que no pudo dejar de tocar: “Quienes los cometen son muchas veces personas que nacieron en Francia. Es un fracaso de nuestra socialización. ¿Cómo explicar que gente nacida en suelo francés le haga la guerra a su propio país?”.
¿Usted considera que estas posturas religiosas radicales llenan un vacío?
Es lo que pienso. Curiosamente, es una manera de ser hipermodernos también, porque no es una religión heredada de sus padres. En ese plano podemos decir que es algo completamente contemporáneo, porque es un proceso individualista. Sus padres no son así, es parte de una búsqueda, de un malestar personal. Está vinculado a esta desestructuración de la que hablaba. Y frente a esta sociedad en la que no les va muy bien o que los lleva a una existencia triste, hay en ellos una búsqueda romántica, entre comillas. Una búsqueda de intensidad, de emociones fuertes que no se encuentran en la vida tradicional. En principio, lo hacen por una causa que va más allá de ellos mismos, porque es por Alá, es por el absoluto. Pero es un absoluto que resulta de un proceso de tipo individualista. Eso explica su radicalidad. Porque es algo que ellos eligen.
El precio de la libertad
Hablar con Lipovetsky requiere poner atención a los matices. Nada de lo que parece ser es completamente. Y cada fenómeno contemporáneo tiene complejidades insospechadas. El filósofo no se queda en lo evidente. Desmenuza, se interroga, rebate. En 1997, escribió 'La tercera mujer', un libro en el que explicaba la dualidad de la mujer actual, que oscila entre la autonomía y el apego a ciertas tradiciones; una mujer que ganó batallas como el derecho al voto, a trabajar, pero que por la persistencia de los estereotipos conseguirá poco más.
“Hay revolución y permanencia –sintetiza–. Las grandes cosas que transformaron la vida de las mujeres hace 30 o 40 años son el acceso al trabajo, la contracepción, la libertad sexual, la vida en pareja con o sin matrimonio, es decir, el distanciamiento frente a la institución conyugal. Esas lógicas se mantienen”.
Usted anunciaba que otras luchas, como las que tienen que ver con la brecha salarial y la desigualdad de género, no iban a avanzar, que se había llegado a un techo.
Sí, y sigue siendo así. Las cosas cambian, pero muy poco. Por ejemplo, hay muchos estudios sobre la repartición de las tareas domésticas, y eso evoluciona. Pero creo que los hombres hacen diez minutos más de labores de ese tipo al día y pasan cinco minutos más con los niños. Es decir, hay cambios, pero son de una lentitud extrema.
***
Si bien en sus ensayos –'Los tiempos hipermodernos y La felicidad paradójica', por ejemplo– ha expresado su desencanto frente a fenómenos sociales que han aparecido, Lipovetsky destaca el proceso de democratización que ha acompañado la hiperindividualización. Es un tema que retoma en su último libro, 'La estetización del mundo: vivir en la era del capitalismo artístico', en que aplica eso al mundo de las artes. Antes lo había analizado en otros ámbitos públicos y privados, como las relaciones de pareja. (Lea también: 'Para mí, volver ya no es opción')
“La pareja se democratizó –anota–. Ha habido un reequilibrio que se hace más o menos en función de estereotipos, pero igual hay momentos de tensiones. Hay más tensiones que antes porque los roles persisten, pero son discutibles. En principio, las mujeres se ocupan más de hacer las compras, pero no hay nada que las obligue como antaño a tener ese rol, entonces hay un momento en que dicen ‘Me da lata’. Hay una negociación permanente que implica conflictos. Hoy nada es indiscutible”.
Entonces, con mayor igualdad, ¿la vida es más compleja?
El hecho de que haya numerosos divorcios o rupturas muestra que la vida de a dos no es simple, porque cada uno tiene reivindicaciones legítimas. Hay menos aceptación de las cosas como son y el resultado son los choques. Al mismo tiempo, para las mujeres es una situación bastante mejor que la de antes. No conozco a muchas mujeres que quieran volver al statu quo anterior. Hoy pueden elegir su vida, al menos en parte. Una niña de hoy tiene un destino abierto. Antes no era así. Tiene la posibilidad de elegir, pero esa autonomía tiene un costo alto. Aunque el precio de la libertad es caro para cualquiera, donde hay una carga adicional para la mujer es en que antes el ideal femenino era más que nada el éxito de la vida en pareja, de la vida familiar. Hoy sigue siendo así, pero ya no es el único ideal. También tienen una identidad profesional, quieren hacer bien su trabajo, realizarse en ese ámbito. Y eso complica las cosas. La identidad de madre ya no basta para satisfacer a una mujer. No son solo mamás, sino seres completos, y quieren hacer más con sus vidas. Entonces, al igual que los hombres, tienen que soportar a los jefes, el acoso moral, quizás incluso el acoso sexual, y eso crea nuevos problemas. En ese sentido, creo que la vida de las mujeres se ha vuelto más complicada. Pero no quieren retroceder y es entendible.
Hoy está la idea de que las mujeres viven estresadas y superadas por la realidad...
Sí, pero los hombres también. De hecho, en las encuestas de felicidad las mujeres se dicen más felices que los hombres.
Pero hay iniciativas como ‘He for She’, de Naciones Unidas, que les pide a los hombres que hagan parte de la lucha contra la desigualdad. El sexismo está presente en los debates internacionales.
El sexismo... Habría que ver de qué hablamos. Hay estereotipos. Hay una división sexual del trabajo. Las mujeres interiorizan desde niñas que no van a poder ser directoras de empresas, mientras que los hombres dicen ‘Yo en diez años más seré presidente ejecutivo’. Pero eso no es sexismo. O quizás sea un tema de vocabulario: el sexismo para mí implica que se ejerza una violencia contra la mujer, y yo esa violencia no la veo. Lo que pasa es que las empresas funcionan con una cultura de hombres, con reuniones tarde y viajes. Y las mujeres tienen otra prioridad.
Es más bien el hecho de que la sociedad esté organizada por los hombres lo que hace que ellas sean mantenidas al margen. No es que haya una voluntad sexista de decir, con desprecio, ‘las mujeres solo tienen que cuidar niños y cocinar’. Creo que eso ya no es cierto. En la corriente global, las cosas ya no se dan de esa manera. Los hombres siguen en busca de poder, pero no sobre las mujeres, sino sobre los demás. Hay una competencia. Pero hoy el comportamiento machista como tal, sustentado en la idea de una superioridad masculina, es considerado ridículo.
El malestar contemporáneo
Según Gilles Lipovetsky, el principal efecto del hipermodernismo es el malestar. En el sistema actual, los individuos se sienten más frustrados y buscan calmar la ansiedad mediante prácticas que no siempre los alivian, como la compra compulsiva. (Vea aquí: Mujeres, las que más sufren con el cambio climático)
¿Cómo se expresa ese malestar en hombres y mujeres?
Los dramas íntimos tocan tanto a hombres como a mujeres. Una ruptura le duele tanto a uno como a la otra. Diría que los hombres tienen muchas frustraciones en relación con el trabajo, más que las mujeres, porque la imagen de éxito masculino sigue pasando más por el trabajo. Los hombres tienen tantas adicciones como las mujeres, y las mujeres tienen más depresión. Pero el malestar en general puede expresarse de maneras muy distintas.
La violencia física, por ejemplo, es algo que practican mayoritariamente los hombres. En los medios sociales desfavorecidos, la condición masculina es muy dura. Los dealers, por ejemplo, están en situaciones extraordinariamente difíciles de no reconocimiento social. No les va bien en el colegio, no tienen trabajo. Quieren reafirmar su autoridad y lo hacen a través de la violencia o el desprecio. Y se exceden en su prepotencia.
¿Hacia dónde vamos?
Hay algunos psicoanalistas que dicen que esta situación es extremadamente generadora de ansiedad y que llevará necesariamente a medidas de recomposición que pasan por un sistema más autoritario para volver a dar una especie de seguridad. Yo no creo eso. Pienso que frente a esto va a haber una creciente medicalización de la sociedad y una búsqueda individual. Hay mucha gente que recurre a psicólogos y remedios. Y hay otra que se involucra en actividades expresivas o deportivas que le dan una especie de respiración, de alivio. Porque la vida hipermoderna es más liviana en el sentido de que tenemos nuevas herramientas numéricas y todo eso, pero es más pesada porque hay demasiadas cosas y no logramos lidiar con todas ellas. Y, sobre todo, es complicado. Antes todo era más simple, incluso comer. Hoy es complicado comer: no sabemos qué ingerir porque todo es peligroso, hace engordar y hay que mantenerse flacos, pero al mismo tiempo somos golosos.
Entonces creo que hay que sacar las consecuencias de la individualización, y eso implica que las soluciones también serán hiperindividuales. Ya no creo en los movimientos colectivos. Las mujeres de nuestros países no lograrán mayor igualdad con combates comunes, como lo hicieron las sufragistas, por ejemplo, para tener derecho al voto, o los movimientos que lucharon por el derecho al aborto, al trabajo o a tener una cuenta bancaria, que es un derecho que no tenían las mujeres en los años 50 (en Francia). Ellas podrán hacer avanzar un poco las cosas con acciones locales.
¿Qué hacer frente al estrés, a la presión, a la dificultad de la vida?
La gente está en busca de lo que le gusta. Puede ser el yoga o el jogging. Hay gente que pinta, otra que va a coros. Las mujeres hacen mucho trabajo voluntario, a pesar de que tienen que ocuparse de la casa y los niños, además de trabajar. Cuando a uno le gusta algo que hace, encuentra tiempo para hacerlo.
¿Cree que la hiperindividualización de la sociedad se va a mantener?
Estoy convencido. Pero lo esencial es que no hay una solución unitaria, homogénea, para solucionar nuestros problemas, sino una gama considerable. Y lo que sí podemos transformar es el sistema escolar para darles más herramientas a los niños para que sus momentos de respiro no se reduzcan a comprar cosas de marca. Porque eso no llena. En cambio, hacer videos, películas, fotografía, cantar –crear, en resumen– hace bien. Es un placer. Tenemos que alentar a colegios y ciudades a enseñar el gusto por esas cosas porque eso hace que, incluso cuando la vida es difícil, tengamos momentos en que estamos contentos. La solución de la felicidad absoluta no existe. Entonces tendremos etapas difíciles, de pesadumbres, pero eso no nos impedirá ser felices de vez en cuando. Y cuando uno hace lo que le gusta, tiene un poco de felicidad.
DANIELA MOHOR W.

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