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El vallenato se está suicidando y es urgente salvaguardarlo-

Discurso de Daniel Samper en San Juan del Cesar -2015

Produce emoción pisar San Juan del Cesar, la cuna de tantos compositores famosos, reputada como el vaticano del quinto ritmo, el paseo romántico, y lugar privilegiado donde, si le creemos a mi querido Roberto Calderón, la luna brilla más que todas en este mes de diciembre. Tanto, que alcanzó a iluminar la reunión de la Unesco en Namibia para que expidiera su aplaudida y enorgullecedora declaración del vallenato como patrimonio cultural de la humanidad.

Entiendo que una de las razones que motivaron la amable invitación del XXXIX Festival de Compositores ha sido la colección de ‘Cien años de vallenatos’, grabación especial de un centenar de cantos y un libro compañero que hicimos con Pilar Tafur y que, producida por MTM hace casi 20 años, se encuentra completamente agotada.

Hoy traigo la buena noticia de que dentro de pocos meses saldrá al público una nueva edición de esta obra en formato más moderno y más cómodo. A MTM se ha unido Penguin Random House, editora de mis libros, para hacer realidad la reedición que hasta ahora había sido apenas un tenaz deseo.

Habríamos querido ampliarla a 150 o a 200 cantos a fin de incorporar nombres y títulos que nos han faltado, pero la falta de humildad nos ha hecho pensar que se trata de un clásico y a los clásicos no hay que tocarlos.

Así las cosas, me parece que el lugar en que estamos es el más indicado para explicar el criterio con que escogimos la antología, y que no es otro que el que sintetizar bellamente un verso del poeta español Antonio Machado: “A distinguir me paro las voces de los ecos”.

En este puñado de cantos hemos procurado distinguir las voces de los ecos. Esto es, separar lo que es mera imitación sin alma –los ecos– de lo que es auténtico y aporta una nueva emoción, una nueva sonrisa, una nueva metáfora: las voces.

Creemos que unos compositores, letristas y músicos excepcionales nos dejaron un legado de enorme belleza y originalidad y que el afán mercantil ha desvirtuado ese tesoro que la Unesco ya considera universal.

Pensamos que el éxito de los grandes cantos, muchos de ellos obra de autores que ya fallecieron y no pocos de autores contemporáneos, ha conspirado contra la solidez y valía de ese legado.

El vallenato se está suicidando y es urgente salvaguardarlo, como lo pide este festival. Pero el peligro que acecha al vallenato clásico, y que suscita la alarma de la Unesco, no viene de afuera sino de adentro. Procede del vallenato espurio, que desvirtúa al que, por su belleza y tradición, forma parte del patrimonio artístico internacional.

Distingamos entre las voces y los ecos. Es decir, entre aquellos cantos llenos de gracia y de belleza y los que los remedan en forma dos veces basta: basta por su lamentable calidad y vasta por la extensión comercial que tienen.

Leandro Díaz lo ha dicho mejor que nadie:

Para engañar a la gente
ponen un poco de ruido
porque no lo han
aprendido a cantarlo
con deseo;
mejor graban un paseo
con más de dos mil
palabras
que al final no dicen nada
y en eso es que yo no creo.

Con la compinchería de la verbosidad alcahueta solo es posible armar rompecabezas de falso sentimentalismo que calcan mal lo que las voces articularon de manera emocionada.

Algunos suponen que el secreto son las palabras catalogadas como “bonitas”. Pero el diccionario de vocablos oficialmente estéticos poco ayuda en esto menesteres. Mucho mejor que referir cómo “la parca vistió su oscuro traje” es la expresión de Pacho Rada cuando se refiere al “cipote luto”, o recordar el lamento de Marciano Martínez: “Es demasiado tarde, qué vaina”.

Sí, qué vaina, porque tampoco basta con imitar lo que ya tuvo éxito. Diomedes Díaz nos dejó el testimonio de su transición a la edad madura en ‘Mi primera cana’. Yo vivo con el temor de que algún compositor mediocre se lance un día en pos de la fama con Mi segundo hilo de plata.

Hay que volver a contar historias. Incluso historias de amor, por supuesto. Las palabras huecas, esas que “al final no dicen nada”, se prestan más para fingir sentimientos que para fingir historias. Resulta más difícil equivocarse contando historias que explorando sentimientos. Aunque haya producido memorables canciones de amor y desamor y elegías inolvidables, el vallenato es ante todo un género narrativo. Nació, como el mester de juglaría medieval, para recoger y trashumar la crónica lugareña.

¿Qué crónicas, qué historias? Pueden ser de amores, como ‘039’, de Alejo Durán; de percances, como ‘La rabo ‘e plata’, de Chente Munive; de atropellos, como la ‘Custodia de Badillo’, de Rafael Escalona; de periplos o correría, como ‘Sielva María’, de Germán Serna; de asuntos de la vida cotidiana, como ‘La cosechita’, de Hernando Marín… En fin, el menú de temas es interminable.

Pero, atención, no se trata de fusilar mal aquellas viejas historias rurales que la voz auténtica de los primeros juglares compuso bien. Hay que buscar nuevos ámbitos y nuevas historias, nuevos personajes y nuevos recuerdos. El país ha cambiado. El vallenato, que –repito– ya no es una música de la costa sino que se lo considera de todos los colombianos aquí y en el exterior, tiene que encontrar el modo de contar ese país que cambia.

El problema es de imaginación, talento y autenticidad, y ninguna de estas virtudes se compra en ferias, se pide prestada ni se fotocopia en máquina. Por su esencia, la verdad es una voz, no un eco. De allí que la fuente de inspiración de los nuevos compositores, preocupación central de este festival, no pueden ser aquellas historias que contaron de manera espontánea los clásicos del vallenato, sino las de su propio medio, su propio tiempo, su propio entorno, su propio duende.

No encontrarán ese duende, sin embargo, en un estudio de grabación que les exige producir cantos por kilos, sino desarrollando el talento y la imaginación, puliendo la obra y trabajándola. Hay que buscar la belleza de lo sencillo, pero huir de lo fácil. Como dijo algún poeta, “que cuando lleguen las musas, te encuentren ocupado”.

Alguna vez, conversando de estos asuntos con un amigo vallenatófilo, me preguntaba él: “Pero, ¿cómo diablos puede uno pedir que alguien componga una historia acerca del Transmilenio o de la corrupción de Interbolsa?”

¿Por qué no? Con imaginación, picardía, talento, trabajo y originalidad todo es posible. Ya el poeta chileno Nicanor Parra demostró la alta estética que reside en lo que se considera “antipoético”.

¿Acaso Escalona no compuso un inolvidable paseo sobre un préstamo de la Caja Agraria?

¿Y Adolfo Pacheco acerca de un alcalde que obligó a su mujer a pavimentar el barrio donde vivía la amante?

¿No se inspiró Emiliano Zuleta en la depilación traidora que le aplicaron unas enfermeras cuando lo asaltó una apendicitis?

¿No critica Lorenzo Morales a los bancos, que se niegan a prestarle plata?

¿No tiene Camilo Namen un canto a su petate?

¿Y Calixto Ochoa no se inspira acaso en objetos cotidianos como un bombillo o un ascensor?

¿No voló Adriano Salas en sueños y en avión a las Islas Canarias?

¿No puso en venta una casa Máximo Móvil por culpa de una “mujer infernal”?

¿No nos regala Leandro Díaz un paseo donde enumera todos los electrodomésticos que le prometieron los amigos y no le regalaron?

¿No cuenta su hermano Urbano que se propone presentar un formulario de empleo en Intercor, pero que lo hará el 31 de febrero, para no correr el peligro de que se lo adjudiquen?

¿No recrearon Horacio Mora y Lucho Cobo el ataque de Osama Bin Laden a Nueva York y la manera como ¡pim dim bam! se cayó ese caserío?

¿No invitó Hernán Villa mediante un porro sabanero al papa Francisco para que visite San Jacinto?

A propósito del Papa, la respuesta del Vaticano daría tema para un merengue delicioso, porque el Papa no le promete visita a Villa, pero le ruega que rece por él y “por los frutos de su servicio al santo pueblo de Dios”.

Lo dicho: todo es cuestión de picardía, talento, trabajo y originalidad.

Conviene reconocer que en la música vallenata han evolucionado mucho más la interpretación instrumental y el canto que la composición. Es verdad que una cosa es el trabajo mecánico que se realiza con los instrumentos y otra el impulso artístico que puede guiarlos. No todos los acordeoneros, cajeros y guacharaqueros formados en escuelas y parrandas llevan encima de la cabeza la lucecita que emociona. Pero aún así, es innegable que cada vez hay más músicos talentosos.

Lo que escasea son los llamados a escribir las letras y las melodías para que aquellos interpreten. Este punto forma parte de la almendra de esta reunión. Por algo nos hemos declarado custodios del vallenato clásico.

Muchas gracias y que vivan San Juan del Cesar y la música vallenata, patrimonio cultural de la humanidad.


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