Eran las once y media de una noche de luna llena del mes de septiembre. Al terminar la reunión a la cual habían asistido, Koyumi y Kanako regresaron a la Casa del Laurel e inmediatamente vistieron sus kimonos de algodón. Hubieran preferido bañarse antes de cambiar su ropa, pero aquella noche no quedaba tiempo para eso.
Koyumi tenía cuarenta y dos años, una figura regordeta, alrededor de cinco pies de altura y un kimono estampado con hojas negras. Kanako, la otra geisha, aun cuando sólo tenía veintidós años y era buena bailarina, no tenía protector y parecía destinada a no desempeñar nunca un papel de importancia en los bailes anuales de otoño y primavera de las geishas. Su kimono de crêpe tenía remolinos azules sobre un fondo blanco.
-Me gustaría saber qué dibujos tendrá el kimono de Masako esta noche -dijo Kanako.
-Tréboles. Ni lo dudes. Está desesperada por tener un hijo.
-¿A tanto ha llegado?
-No, y ése es el problema - repuso Koyumi-. Todavía le falta mucho para obtener tal triunfo. Si no, sería como la Virgen María. ¡Tendría un niño simplemente por haberse enamorado de un hombre!
Una superstición común entre las geishas es que, cuando una mujer usa un kimono de verano estampado con tréboles o uno de invierno con paisajes dibujados, ha de quedar embarazada en un corto lapso.
Cuando, por fin, terminaron su arreglo, Koyumi sintió súbitos alfilerazos de hambre. Esto le sucedía cada vez que salía para la ronda de fiestas nocturnas. El hambre se le antojaba como una catástrofe inesperada que le llegaba desde afuera y sin previo aviso.
Nunca la asaltaba el apetito frente a los dientes por más aburrida que resultara la reunión; pero, antes y después de su actuación, el hambre la atacaba por sorpresa. Koyumi no podía nunca prever esta eventualidad comiendo en el tiempo debido. A veces, por ejemplo, cuando concurría a la peluquería durante la tarde, observaba a las otras geishas encargar su comida y probarla con deleite mientras aguardaban su turno. Aquello no producía a Koyumi ninguna impresión. Ni siquiera podía imaginar que el risotto o cualquier otro plato, resultara apetitoso. Sin embargo, una hora después, comenzaban los dolores provocados por el hambre y la saliva fluía, tibia, desde las raíces de sus pequeños y fuertes dientes.
Koyumi y Kanako pagaban cierta cantidad mensual a la Casa del Laurel en concepto de publicidad y alimentos. La cuenta de Koyumi era siempre excepcionalmente abultada. No sólo era muy golosa, sino que también era de gustos delicados. Sin embargo, desde que había adoptado el hábito de comer solamente antes y después de sus apariciones en público, su cuenta había ido decreciendo y amenazaba, ahora, con ser menor que la de Kanako.
Koyumi no recordaba el origen de esta excéntrica costumbre ni el día en que comenzó a detenerse en la cocina antes de la primera reunión de la noche y a pedir, con impaciencia, mientras bailaba:
"¿No hay alguna cosita para comer?" Ahora había adquirido la costumbre de cenar en la cocina de la primera casa y de efectuar un último refrigerio en las dependencias de la vivienda en la que terminaba la noche. Su estómago se había acostumbrado a esta rutina y, en consecuencia, su cuenta en materia de alimentos en la Casa del Laurel, había disminuido notablemente.
El Ginza estaba casi desierto cuando las dos geishas comenzaron a caminar hacia la Casa Yonei en Shimbashi.
Kanako señaló el cielo que se vislumbraba sobre el techo de un Banco cuyas ventanas estaban protegidas por gruesos barrotes:
-Tenemos suerte con el tiempo, ¿no es cierto? Hoy hasta se podría ver a un hombre en la Luna.
Los pensamientos de Koyomi estaban concentrados en su estómago. Su primera reunión había tenido lugar en lo de Yonei y, la última, en lo de Fuminoya. Sólo en aquel momento caía en la cuenta de que había sido un error no cenar en lo de Fuminoya antes de marcharse. Había tenido que salir precipitadamente rumbo a la Casa del Laurel y el tiempo había resultado escaso. Tendría que reclamar su cena en lo de Yonei, en la misma cocina donde había comido horas antes. Este pensamiento la apesadumbró.
Sin embargo, la ansiedad de Koyumi se disipó tan pronto como hubo puesto un pie dentro de la cocina. Masako, la muy cuidada hija de la dueña del lugar, las aguardaba en la puerta. Llevaba, efectivamente, el kimono con tréboles que sus fantasías le habían adjudicado. Al ver a Koyumi, dijo con gran tacto:
-No las esperaba tan pronto. No tenemos prisa. ¿Por qué no entran y comen algo antes de irse?
La cocina estaba en desorden, colmada de sobras de las fiestas de la noche. Enormes pilas de platos y bols brillaban a la luz de las lamparillas sin pantalla. Masako estaba de pie, con una mano apoyada en el marco de la puerta. Ocultaba la luz con su cuerpo y su rostro permanecía en la sombra. Koyumi se alegró que aquella circunstancia no revelara la expresión de alivio que le había provocado la invitación de Masako.
Mientras Koyumi se instalaba frente a su cena, Masako llevó a Kanako hasta su cuarto. De todas las geishas que frecuentaban la Casa Yonei, era ella con quien más congeniaba. Tenían la misma edad, habían concurrido a la misma escuela primaria y su belleza era muy semejante. Pero, por encima de estas razones, lo cierto es que Kanako realmente le gustaba.
Kanako era tan modesta que parecía lista para ser arrebatada por la más ligera brisa. Sin embargo, había acumulado toda la experiencia necesaria y una palabra dicha por ella como al descuido, traía enormes beneficios a Masako. La alegre Masako era, por el contrario, tímida y aniñada en todo lo referente al amor. Su puerilidad era de todos conocida y su madre estaba tan segura de la inocencia de la muchacha, que el kimono con tréboles no había despertado sus sospechas.
Masako estudiaba en la Facultad de Artes de la Universidad de Waseda. Siempre había sentido profunda admiración por R, el actor de cine. Esta pasión no había hecho sino aumentar desde el día en que el actor visitara la Casa Yonei.
Su habitación estaba atiborrada con fotografías del astro y había encargado un jarrón esmaltado con su foto junto a él obtenida en ocasión de tan memorable visita. Se destacaba sobre su escritorio, siempre lleno de flores.
Kanako se sentó y dijo:
-Hoy dieron a conocer el reparto -frunció su boca en un mohín.
-¿Ah, sí? -apenada por Kanako, Masako fingió no estar enterada del asunto.
-No he conseguido más que un pequeño papel. Nunca lograré algo mejor. Es como para descorazonarme. Me siento como una chica que, en un espectáculo musical, permanece año tras año en el coro.
-Estoy segura de que el año que viene te darán un buen papel.
Kanako sacudió la cabeza:
-Mientras tanto, envejezco. Sin siquiera advertirlo, pronto seré como Koyumi.
-No seas tonta. Todavía te faltan veinte años.
Aquella noche no hubiera sido apropiado, para ninguna de las jóvenes, mencionar, en el curso de la conversación, el objeto de sus plegarias elevadas al cielo. Pero, aun sin preguntarlo, todas lo sabían. Masako deseaba una aventura con R.; Kanako un buen protector, y ambas no dudaban de que Koyumi pedía dinero.
Estaba claro que sus plegarias tenían diferentes objetivos todos ellos muy razonables. Si la Luna no se los otorgaba, sería el astro, y no ellas, quien fallaría. Sus esperanzas se reflejaban simple y honestamente en sus rostros y eran deseos tan humanos que cualquiera que contemplara a aquellas tres mujeres caminando a la luz de la luna, no podría dudar de que el astro de la noche reconocería su sinceridad y respondería a sus plegarias.
-Vendrá alguien con nosotros esta noche -anunció Masako.
-¿Quién?
-Una sirvienta. Se llama Mina y ha llegado del campo hace un mes. Le dije a mi madre que no quería que viniera conmigo, pero Mamá insistió en que se quedaría preocupada si no enviaba a alguien para acompañarme.
-¿Cómo es? -preguntó Kanako.
-Ya la verás. Es, lo que podríamos llamar, bien desarrollada
En aquel momento Mina entreabrió las puertas corredizas ubicadas tras ellas y asomó la cabeza.
-Ya te he dicho que cuando abras las puertas corredizas deberás, primero, arrodillarte, y luego, abrirlas -el tono de Masako era altanero.
-Sí, señorita.
Kanako contuvo la risa frente a la aparición de la muchacha que llevaba un vestido entero hecho con retazos y parches de tela de kimono. Sus cabellos se rizaban en una apretada permanente y unos brazos extraordinariamente morenos asomaban de sus mangas y rivalizaban con el colorido de su rostro. Las mejillas abultadas aplastaban sus rasgos abotagados y sus ojos parecían dos ranuras. Aun cuando cerrara la boca, sus dientes irregulares y prominentes se ingeniaban para aparecer entre los labios. Resultaba difícil descubrir en aquel rostro expresión alguna.
-¡Un buen guardaespaldas! -murmuró Kasako al oído de su amiga.
Masako adoptó un tono severo:
-Vuelvo a repetir lo que ya les he dicho antes. En cuanto salgamos de esta casa, ya no podrán abrir la boca, pase lo que pase, hasta que hayamos cruzado los siete puentes. Una sola palabra y no obtendrán lo deseado. Si alguien conocido nos habla, mala suerte. Sin embargo, no creo que exista ningún peligro en ese sentido. Algo más. No pueden usar dos veces el mismo camino, y es menester que nos limitemos a seguir a Koyumi, quien lo dirigirá todo.
Masako había tenido que presentar en la Universidad una monografía sobre Marcel Proust pero, en lo referente a cuestiones de esta naturaleza, la moderna educación recibida en la escuela no le hacía mella alguna.
-Sí, señorita -contestó Mina, de quien no podía saberse si había comprendido o no.
-Como tienes que venir de todos modos, también puedes formular un deseo. ¿Has pensado en algo?
-Sí, señorita -y una sonrisa se extendió lentamente por su rostro.
-¡Bueno, bueno, parece que reacciona como todo el mundo! -comentó Kanako.
En aquel momento apareció Koyumi, palmeándose alegremente el estómago:
-Ya estoy lista -anunció.
-¿Has elegido buenos puentes? -preguntó Masako.
-Comenzaremos con el puente Miyoshi. Como pasa sobre dos ríos, ¡cuenta como dos puentes! ¿No es cierto que eso facilita las cosas? Si se me permite decirlo, apuntaré que esta elección significa una gran muestra de inteligencia de mi parte.
Sabiendo que una vez afuera ya no podrían pronunciar una sola palabra, las tres mujeres comenzaron a hablar en voz alta y todas al mismo tiempo como para desquitarse del obligatorio silencio que luego deberían guardar. La conversación prosiguió hasta llegar a la puerta de la cocina. Las Geta de laca negra de Masako la esperaban sobre el piso de tierra junto a la puerta, y mientras deslizaba sus pies desnudos en ellas, las uñas esmaltadas de sus dedos brillaron suavemente en la oscuridad.
-¡Esto sí que es elegancia! ¡Esmalte de uñas y geta negras! ¡Ni la Luna podrá resistirlo! -exclamó Koyumi.
Las cuatro mujeres, guiadas por Koyumi, salieron a la avenida Showa. Pasaron frente a una playa de estacionamiento donde gran cantidad de taxis, ya finalizado el trabajo del día, reflejaban la luna en sus negras carrocerías. Se escuchaba el rumor de los insectos alojados bajo los autos. El tráfico era aún denso en la Avenida Showa, pero la calle ya estaba dormida y el rugido de las motocicletas resonaba tristemente solitario sin el habitual acompañamiento de ruidos callejeros.
Algunas pequeñas nubes cruzaban el cielo iluminado por la Luna. Apenas rozaban el gran banco de nubarrones que se cernía en el horizonte. La luna brillaba limpiamente.
Cuando se silenciaba el rumor del tráfico, el repiquetear de las geta sobre la calzada parecía repercutir directamente en la superficie azul del cielo.
A Koyumi, que caminaba al frente, le agradaba ver ante sus ojos la ancha calle desierta. Se jactaba de no tener que depender de nadie y estaba contenta porque tenía el estómago lleno. Mientras caminaba alegremente le costaba vislumbrar la razón por la cual ansiaba más dinero. Sentía como si su verdadero deseo fuera fundirse suave e involuntariamente en la luz de la luna que bañaba el pavimento. Fragmentos de vidrio brillaban aquí y allá. Hasta el vidrio podía resplandecer bajo la luz de la luna... Reflexionó y se dijo que, quizás, su deseo tan largamente acariciado era como aquel vidrio roto.
Masako y Kanako, con los meñiques entrelazados, iban pisando la larga sombra que Koyumi arrastraba a sus espaldas. El aire de la noche era fresco y ambas sentían cómo la brisa suave penetraba en sus mangas enfriando sus pechos húmedos por la transpiración provocada en la excitación de la partida. A través de los dedos entrelazados se comunicaban sus ruegos aún con más elocuencia que por intermedio de la palabra.
Masako soñaba con la dulce voz de R., con sus largos ojos bien delineados, con su pelo ondulándose bajo las sienes. Ella, como hija del dueño de un restaurante de primera categoría en Shimbashi, no podía ser confundida con otras admiradoras..., no veía, pues, ningún motivo para que su plegaria no fuera escuchada. Recordó que al hablarle R. al oído, su aliento era fragante y sin rastros de alcohol. No podía olvidar aquel aliento joven, masculino, lleno de calor como el heno en verano. Cuando estos recuerdos la asaltaban sentía algo semejante a una onda de agua deslizándose sobre su piel desde las rodillas hasta los muslos. Estaba segura, y tan insegura también, de que el cuerpo de R. existía en alguna parte del mundo. La duda la torturaba constantemente.
Kanako soñaba con un hombre maduro, rico y gordo. Tenía que ser gordo, pues si no, no parecería rico. Pensó en la felicidad que le dispensaría ¡cerrar los ojos y sentirse rodeada de su liberal y generosa protección! Kanako estaba acostumbrada a soñar, pero hasta aquel momento su experiencia le había demostrado que, al abrir los párpados nuevamente, el hombre en cuestión había desaparecido.
Como movidas por un mismo impulso, las dos muchachas volvieron la cabeza y por encima de sus hombros vieron que Mina las seguía pesadamente. Apretaba sus mejillas con las manos, se balanceaba en forma grotesca e iba golpeando el ruedo de su vestido a cada paso. Masako y Kanako coincidieron en que la presencia de Mina constituía un insulto a sus plegarias.
Giraron hacia la derecha, en la Avenida Showa, en el punto donde se encuentran el primero y segundo barrio del Ginza Este. La luz de los faroles bajaba como caída de agua a intervalos regulares a lo largo de los edificios. En la calle angosta, las sombras ocultaban la luz de la luna.
En seguida contemplaron el Puente Miyoshi frente a ellas. Era el primero de los siete puentes que deberían cruzar.
Está construido en forma curiosa. Se asemeja a una "Y" debido a la bifurcación del río en dicho lugar.
En la orilla opuesta los sombríos edificios de la Oficina del Distrito Central parecían achatarse y la blanca cara de un reloj en su torre proclamaba una hora absurda e incorrecta contra el cielo oscuro.
El puente Miyoshi tiene una balaustrada de escasa altura, y en cada esquina de su parte central, allí donde se encuentran los tres brazos del puente, hay un farol antiguo del que cuelgan un grupo de lamparillas eléctricas.
No todas estaban encendidas y los globos apagados lucían opacos y mortecinos bajo la luz de la luna. Gran cantidad de insectos voladores se arremolinaban junto a las luces.
El agua del río se encrespaba bajo el resplandor lunar.
Antes de cruzar el puente, las mujeres, dirigidas por Koyumi, juntaron las manos para formular sus ruegos. Una débil luz brillaba en la ventana de un edificio cercano y un hombre, que aparentemente había cumplido labores fuera de horario, salió de él. Estaba echando llave a la puerta, cuando, advirtiendo el extraño espectáculo, suspendió su ocupación.
Las mujeres comenzaron a cruzar el puente lentamente. No era sino una prolongación del pavimento; pero al hollarlo, sus pasos se hicieron más pesados e inseguros, como si estuvieran subiendo a un escenario. Faltaban pocos metros para franquear el primer brazo del puente, pero ello les infundió una sensación de alivio y tarea cumplida.
Koyumi se detuvo bajo un farol y juntó nuevamente las manos. Las demás la imitaron. De acuerdo con los cálculos de Koyumi, el cruzar dos de los tres brazos del puente, equivalía a dos puentes por separado. Esto significaba que deberían formular sus peticiones cuatro veces en el Puente Miyoshi.
Masako observó los rostros asombrados de los pasajeros de un taxi que pasaba. Pero Koyumi no prestaba atención a tales cosas. Cuando las mujeres llegaron frente a la Oficina del Distrito, oraron por cuarta vez. Kanako y Masako comenzaron a sentir que, junto con el alivio que les proporcionaba el haber cruzado sin inconvenientes los dos primeros puentes, las oraciones, que hasta aquel momento no habían tomado demasiado en serio, representaban algo de trascendental importancia.
Masako llegó a convencerse de que prefería estar muerta si no podía consumar su encuentro con R. El solo hecho de cruzar dos puentes había multiplicado la intensidad de sus deseos. Por otra parte, Kanako creía ahora que la vida no merecía la pena de ser vivida si no encontraba un buen protector. Sus corazones se llenaron de emoción y los ojos de Masako se humedecieron repentinamente.
A su lado, Mina, con los ojos cerrados, mantenía reverentemente las manos juntas. Masako no dudó de que, cualquiera fuera la plegaria de Mina, jamás sería tan importante como la suya. Sintió desprecio y también envidia por la cueva vacía e insensible que era el corazón de la sirvienta.
Caminaron hacia el Sur, siguiendo el río hasta la estación de tranvías. El último coche había partido hacía ya largo rato, y las vías que quemaban durante el día bajo el sol de otoño, eran ahora dos líneas blancas y frías.
Aun antes de llegar a la estación, Kanako había comenzado a sentir extraños dolores en su abdomen. Algo le había caído mal. Los primeros síntomas de un calambre se desvanecieron a los dos o tres pasos seguidos por la sensación de alivio al olvidar el dolor. Mientras se felicitaba por ello, el calambre comenzó a atenacearla nuevamente.
El Puente Tsukiji era el tercero en la lista. Al término de este sombrío puente, ubicado en el centro de la ciudad, distinguieron un sauce plantado a la usanza tradicional. Era un sauce solitario que, normalmente, no se hubieran detenido a mirar mientras pasaban rápidamente en auto. Crecía en una pequeña franja de tierra salvada del cemento. Sus hojas, fieles a la tradición, temblaban con la brisa del río. A aquellas avanzadas horas de la noche los edificios bulliciosos morían a su alrededor. Sólo el sauce se agitaba, vivo.
Koyumi se detuvo bajo el sauce y juntó las manos para orar. Era quizás su responsabilidad como guía, pero lo cierto es que su rolliza figura se erguía en forma desacostumbrada. En realidad, hacía ya tiempo que Koyumi había olvidado el motivo de sus ruegos. En aquel momento, lo más importante era, para ella, cruzar los siete puentes sin inconvenientes. Esta determinación era la manifestación de que cruzar los puentes se había convertido en el objeto de sus oraciones. Podrá parecer ésta una meta bastante peculiar, pero, como sus repentinos ataques de hambre, pertenecía a su modo de vivir. Mientras caminaba bajo la luna, estos pensamientos se convirtieron en extrañas convicciones. Mantuvo la espalda más derecha que nunca y fijó la mirada hacia adelante.
El Puente Tsukiji es un puente totalmente desprovisto de encanto. Los cuatro pilares de sus extremos carecen de todo atractivo. Sin embargo, mientras lo cruzaban, las cuatro mujeres pudieron oler por primera vez algo parecido al aroma del mar. Soplaba un viento con reminiscencias de brisa salada. Hasta un aviso de neón rojo perteneciente a una compañía de seguros, que podía divisarse hacia el sur, parecía un faro proclamando la proximidad del océano.
Cruzaron el puente y oraron de nuevo. Kanako sintió que su dolor, ahora agudo, le provocaba náuseas. Pasaron por la terminal de tranvías y caminaron entre los viejos edificios amarillos de las empresas S. y el río. Kanako comenzó a rezagarse. Masako, preocupada, aminoró el paso, pero no pudo romper el silencio para preguntarle si se sentía mal. Finalmente, Kanako se hizo entender oprimiendo su vientre y haciendo muecas de dolor.
Sin advertir lo que sucedía, Koyumi seguía marchando triunfalmente hacia adelante. Se agrandó la distancia entre ella y sus compañeras.
Cuando por fin un excelente protector aparecía frente a sus ojos, tan cerca que sólo necesitaba estirar la mano para tocarlo, Kanako sintió con desesperación que sus manos no podrían estirarse lo suficiente. Su rostro estaba mortalmente pálido y una pegajosa transpiración brotaba de su frente.
El corazón humano es sorprendentemente mudable. A medida que el dolor de su abdomen se hacía más intenso, Kanako comprendió que cuanto había deseado con tanto fervor minutos atrás, perdía toda realidad y sólo quedaba reducido a un sueño pueril, irreal y fantástico. Mientras luchaba contra el palpitante e implacable dolor, pensó que, si abandonaba aquellas tontas ilusiones, sus sufrimientos cesarían de inmediato.
Cuando, por fin, el cuarto puente apareció ante sus ojos, Kanako posó suavemente una mano sobre el hombro de Masako y, con ademanes semejantes al lenguaje de la danza, señaló su estómago y sacudió la cabeza. Los mechones de pelo pegados a sus mejillas por la transpiración expresaban bien a las claras que no podía continuar. Abruptamente volvió la espalda y se alejó precipitadamente rumbo a la estación terminal de tranvías.
El primer impulso de Masako fue el de seguirla; pero, recordando que su plegaria quedaría anulada si la interrumpía, se contuvo y sólo miró alejarse a Kasako.
Sólo al llegar al puente, Koyumi advirtió que algo andaba mal. Para ese entonces, Kanako corría frenéticamente bajo la luna sin importarle su aspecto desaliñado. Su kimono azul y blanco flameaba en la brisa y sus geta resonaban entre los edificios cercanos. Un taxi solitario parecía esperarla providencialmente en una esquina.
El cuarto puente era el de Irifuna. Era menester atravesarlo en dirección opuesta a la del Puente Tsukiji.
Las tres mujeres se congregaron en el extremo del puente y oraron con idéntico fervor. Masako sentía pena por Kanako, pero su compasión no brotaba tan espontáneamente como de costumbre. Sólo reflexionaba fríamente que quien desertara del grupo, tomaría, de ahora en adelante, un camino diferente al suyo.
Las plegarias de cada una eran una cuestión personal y ni siquiera en una emergencia era dable esperar que Masako cargara con responsabilidades ajenas.
Las palabras "Puente de Irifuna" se destacaban en letras blancas sobre una placa metálica clavada horizontalmente en un poste al extremo del puente. Éste se destacaba en la oscuridad con su lisa superficie de cemento recortada por el crudo reflejo de la estación de gasolina Caltex, ubicada en la otra orilla. Podía verse una lucecita en el río, bajo la sombra del puente. Aparentemente pertenecía a la choza semiderruida de un hombre que vivía en el extremo del muelle de pescadores. La choza estaba adornada con plantas y un letrero anunciaba allí "Botes de placer, Remolcadores, Botes de Pesca y Botes para redes".
El cielo nocturno parecía abrirse sobre los techos de la apretada fila de edificios que descendía gradualmente del otro lado del puente. Las jóvenes advirtieron que la luna, tan brillante minutos atrás, apenas se traslucía a través de finas nubes. El cielo estaba, ahora, completamente nublado.
Las mujeres cruzaron el puente Irifuna sin ningún contratiempo.
El río dobla allí en ángulo recto. El quinto puente se encontraba bastante alejado. Sería menester seguir el río por el terraplén ancho y desierto hasta el puente Akatsuki.
Hacia la derecha la mayoría de los edificios eran restaurantes. En cambio, en la orilla izquierda, montañas de piedra, arena y pedregullo esperaban ser empleadas en alguna construcción. En ciertos lugares su masa oscura ocupaba más de la mitad de la carretera. Poco después contemplaron el edificio del Hospital de San Lucas, que emergía, lúgubre, bajo la velada luna. La enorme cruz dorada instalada en su techo estaba brillantemente iluminada y las luces rojas, destinadas al tráfico aéreo, emitían destellos y delimitaban techos contra el cielo: No había luz en la capilla ubicada a los fondos del Hospital, pero su ventanal gótico se distinguía claramente. Algunas luces permanecían encendidas en las ventanas del Hospital.
Las tres mujeres marchaban en silencio. Masako, la mente ocupada por la tarea que la esperaba, no podía pensar en otra cosa. Sin advertirlo, habían acelerado la marcha y ahora estaba bañada en su transpiración.
El cielo se oscureció en forma amenazadora, y Masako sintió las primeras gotas de lluvia sobre su frente. Afortunadamente, aquello parecía no tener intenciones de convertirse en un aguacero.
En aquel momento apareció frente a ellas el Puente Akatsuki. Era el quinto del recorrido. Los postes de cemento pintados de blanco emitían una tonalidad fantasmal en medio de la noche.
Masako juntó las manos para orar en el extremo del puente, sin advertir las imperfecciones del suelo Trastabillando casi, hubo de dar con sus huesos sobre un caño de hierro en reparación.
En el otro extremo del puente se encontraba el desvío para automóviles del Hospital San Lucas.
El puente no era largo. Las mujeres caminaban tan rápidamente que lo cruzaron en un breve lapso. Sin embargo, la adversidad aguardaba a Koyumi. Una mujer con el pelo suelto y mojado y con una vasija de metal en la mano se acercaba en dirección opuesta. Masako miró fugazmente a la mujer y se atemorizó ante la palidez mortal de aquel rostro bajo el pelo mojado.
La mujer se detuvo en la mitad del puente:
-Pero, ¡si es Koyumi! Han pasado tantos años, ¿no es cierto? ¡Koyumi! ¿Estás fingiendo que no me reconoces? ¡Koyumi!
Estiró su cuello hacia Koyumi, cerrándole el paso.
Koyumi bajó los ojos y no contestó. La voz de la mujer era aguda y destemplada como el viento a través de una grieta.
Su monólogo no parecía dirigido a Koyumi, sino a otra persona que no se encontraba allí:
-En este momento volvía de la casa de baños. ¡Hace realmente tanto tiempo! ¡Mira que encontrarnos aquí!
Al sentir la mano de la mujer sobre su hombro, Koyumi abrió finalmente los ojos. Comprendió que era inútil negarse a responder a la mujer, ya que el hecho de que alguien le dirigiera la palabra era suficiente como para anular el efecto de la plegaria.
Masako observó el rostro de la mujer. Reflexionó un instante y siguió caminando, dejando atrás a Koyumi.
Masako recordó a la recién llegada. Era una vieja geisha que había aparecido en Shimbashi durante algún tiempo, inmediatamente después de la guerra. Se llamaba Koen. Había comenzado a comportarse en forma extraña, como una chiquilla, y ello le había valido ser borrada del registro de geishas. No era sorprendente, pues, que Koen hubiera reconocido a Koyumi, una vieja amiga. Sin embargo, era una coincidencia afortunada que no recordara a Masako.
El sexto puente, el Sakai, era sólo una pequeña estructura con un cartel de metal pintado de verde. Masako apresuró sus rezos y echó a correr para cruzarlo. Volviendo la cabeza, comprobó con alivio que Koyumi se había perdido de vista. Mina, en cambio, la seguía con su acostumbrada expresión de malhumor.
Ya sin guía, Masako no sabía cómo encontrar el séptimo y último puente. Sin embargo, razonó que si continuaba andando por la misma calle, tarde o temprano alcanzaría algún puente paralelo al Akatsuki. Sólo faltaba un puente para que sus plegarias fueran escuchadas.
Una fina llovizna humedeció su rostro. La calle que se extendía frente a ella estaba colmada de depósitos de mercaderías y casuchas de material ocultaban la vista del río. La oscuridad era total. A la distancia, las brillantes luces de la calle volvían aún más negras las tinieblas. Masako no tenía miedo de andar a aquellas altas horas. Tenía un carácter aventurero, y su meta, el logro de sus plegarias, le infundía coraje. A sus espaldas el eco de las geta de Mina, se le antojó una carga insoportable de llevar. En realidad, el eco tenía una alegre irregularidad, pero el porte de Mina, en contraste con sus pasitos, parecía encarnar una burla hacia Masako.
La presencia de Mina sólo produjo cierto desprecio en el corazón de Masako hasta el momento en que Kanako abandonó el grupo. Desde aquel instante comenzó a pesarle y ahora que estaban solas, Masako no podía evitar sentirse molesta frente al enigma que significaban las plegarias de la muchacha campesina.
No era agradable verse seguida por una mujer impasible, de insondables ruegos. No, no era tan desagradable como inquietante y la incomodidad de Masako aumentó gradualmente hasta convertirse en algo parecido al terror. Masako nunca había advertido cuán perturbador resulta no conocer el pensamiento de otra persona.
Tenía la sensación de llevar a sus espaldas una gran masa negra. No era como cuando la seguían Kanako o Koyumi, cuyas plegarias eran tan transparentes que resultaba fácil ver a través de ellas. Masako intentó desesperadamente estimular su anhelo por R. hasta volverlo aún más febril que antes. Pensó en su rostro, en su voz. Recordó su aliento lleno de juventud. Pero la imagen se desvanecía inmediatamente y no intentó reconstruirla.
Era menester cruzar el último puente lo antes posible. Hasta entonces no pensaría ya en nada más.
Las luces de una calle que había divisado en la lejanía parecían ser, ahora, las de un puente. Comprendió que se estaba aproximando a una vía pública importante. Había indicios de que el puente no podía estar lejos.
En efecto, llegó primero a un pequeño parque donde las luces brillaban sobre oscuros charcos producidos por la lluvia, y, luego, apareció el puente con su nombre, "Puente Bizen", escrito en una columna de cemento. En lo alto del pilar una lamparita irradiaba una luz mortecina. Masako divisó a su derecha el Templo de Tsukiji Honganji con su techo verde levemente abovedado. Debería cuidarse al cruzar el puente de no regresar por el mismo camino.
Masako suspiró con alivio. Entrelazó sus dedos para orar en el extremo del puente, y esta vez, para enmendar la superficialidad de sus rezos anteriores, lo hizo cuidadosa y devotamente. Por el rabo del ojo podía observar a Mina, quien, remedándola, apretaba piadosamente las gruesas palmas de sus manos. Verla molestó tanto a Masako, que se apartó de la oración para murmurar a media voz: "¡Ojalá no la hubiera traído! ¡Es verdaderamente exasperante!"
En aquel mismo instante una voz de hombre la interpeló. Masako se puso tensa. Un policía se había detenido a su lado:
-¿Qué está haciendo aquí a estas horas de la noche?
Masako no podía contestar. Una palabra lo arruinaría todo. Advirtió de inmediato, a través del apurado interrogatorio, que el policía, al verla orando en medio del puente, la había tomado por una suicida en potencia. Masako no podía hablar. Era necesario hacer comprender a Mina que lo hiciera en su lugar. Tironeó del vestido de la sirvienta e intentó despertar su inteligencia. Por más obtusa que fuera Mina, parecía imposible que no pudiera comprender sus señas. Seguía con los labios obstinadamente sellados. Masako advirtió con desaliento que Mina -fuera por obedecer las instrucciones originales o por proteger sus propias plegarias- estaba resuelta a no hablar.
El tono del policía se hizo aún más áspero:
-¡Contésteme! ¡Exijo una respuesta!
Masako decidió que lo mejor que podía hacer era intentar ganar el otro lado del puente y explicarlo todo cuando hubiera finalizado el cruce. Se soltó de la mano del policía y se internó corriendo en el puente. Alcanzó a ver cómo Mina se precipitaba tras ella.
El policía alcanzó a Masako en la mitad del puente.
-Tratando de escapar, ¿eh? -gritó, tomándola de un brazo.
-¿Quién piensa en escaparse? ¡Me está lastimando! -Masako había gritado impulsivamente. Advirtiendo, entonces, que sus plegarias habían quedado en la nada, miró hacia el lado derecho del puente con los ojos llameantes de indignación.
Mina, a salvo en el otro extremo, completaba su catorceava y última plegaria.
Cuando regresaron, Masako se quejó histéricamente a su madre, quien, sin saber lo que sucedía, reprendió a Mina.
-¿Puedes decirme qué pedías en tus plegarias? -preguntó.
Por toda respuesta, Mina se limitó a sonreír estúpidamente.
Algunos días después y ya un poco más tranquila, Masako continuó importunando a Mina:
-¿Qué pedías? -le preguntó por centésima vez-. Cuéntamelo. Con toda seguridad ya me lo puedes contar.
Pero Mina sólo esbozaba una sonrisa evasiva.
-¡Eres espantosa! Mina, ¡eres realmente insoportable!
Y riéndose, Masako pellizcó el hombro de Mina con sus uñas cuidadosamente afiladas por la manicura.
La piel elástica y pesada repelió las uñas. Los dedos de Masako quedaron
insensibles y ya no supo qué hacer con su mano.
Sinceramente, no es mi tipo de textos. Me parece algo aburridor porque siento que no me conduce a ninigun lado; ademas de eso, es algo demasiado pragmatico y se me hace dificil comprender su contenido.
ResponderEliminarEste texto debido a que es un poco extenso y su vocabulario desconocido para mi, no me dejo entenderlo, dejándome todo inconcluso.
ResponderEliminarYukio Mushima en esta historia nos muestra que en la vida el hecho de iniciar un proyecto no significa que necesariamenta tendra un exitoso final para todos aquellos que empezarón su realización. El cuento los siete puentes nos muestra una vez más, que la vida esta llena de dificultades, y para poder lograr las metas que planificamos debemos superar los obstaculos que se nos presentan y sin olvidar el objetivo inicial o deseo que nos llevo afrotar las adversidades.
ResponderEliminarEn la historia nos relatan como cuatro mujeres de diferentes clases sociales emprenden un mismo camino con el fin de que sus plegarias sean escuchadas, demostrándonos que los humanos podemos llegar a tener mucha fe para con las metas o sueños que poseamos a lo largo del camino se les presentan dificultades para que sus plegarias sean escuchadas hasta el punto de que una por una se rinden hasta que solo queda una que logra completar el camino la que nadie espero que lo lograra dado que era la de menos dinero o educación pero esta historia nos demuestra como cada uno de nosotros al proponerse una meta lucha por esta y que al presentarse las dificultades se va desistiendo del objetivo inicial algunos como masako se aferran a sus sueños e intentan realizar los a toda costa sin importar a quien debas dejar atrás como sucedió con kanaco; otros simplemente tienen mala suerte y terminar rindiéndose como koyumi.
ResponderEliminarLa historia nos deja una muy buena moraleja y es que no debes ser el mas astuto, inteligente, rico o prejuicio para poder realizar tus sueños muchas veces solo es cuestion de saber actuar y aprovechar las oportunidades que se nos brinden siempre con cautela.
Para mí el texto es bastante extenso y la historia no es muy interesante, ésta nos muestra una realidad cotidiana, la manera como las personas emprenden la búsqueda de un sueño y al ver obstáculos en el camino se rinden y solo quien que es constante y se esfuerza por lo que quiere, logra su objetivo. Asemejamos ésta historia con nuestro diario vivir, puesto que muchos abandonan sus metas por dificultades que se presentan o en los casos más tristes, por miedo.
ResponderEliminarNo todo el que se plantea una meta, está dispuesto a luchar para cumplirla. Masako es un claro ejemplo de perseverancia. Al inicio de la historia vemos a las cuatro mujeres con unas metas definidas y notamos como una a una van desistiendo de luchar al darse cuenta que el camino para alcanzar sus sueños es largo y difícil. Una sola joven, pese a no tener la mejor condición económica, por su constancia, esfuerzo y sacrificio llega a cumplir sus metas.
ResponderEliminarEn contradicción con mis compañeros que han comentado anteriormente a decir verdad si me parece interesante el texto, cuando hablamos de literatura hasta incluso poesía no estamos buscando el sentido de algo si no el sentimiento que ese algo expresa o lleva intrínseco en su contenido, por lo que no es necesario que la historia tenga un inicio o un final el cual te conlleve algún lado ahí cosas que simplemente nunca terminan o nunca se concluyen. La idea de la historia no es contarte la vida de 4 mujeres que luchan por sus sueños ya que por lo que veo todos lo entiende de esa manera tan literal, cuando en realidad esta nos esta incitando a insistir,persistir y nunca desistir de nuestros sueños, una gran enseñanza para la vida.
ResponderEliminarcabe de notar que no todos tenemos los mismo gustos con respecto a las lecturas o texto; por mi parte este texto con alto contenido gramatical y con una carga considerable de sentimientos hace parte de la gama de mis favoritos, porque estos son los textos que se encargan de enriquecer parte de nuestro vocabulario por lo tanto mas que pensar que es un texto extenso y con palabras desconocidas es una forma de desarrollar tu léxico frente a los demás.
por la extencidad del texto no logre comprender su verdadero contenido, pero logro notar la insistencia de varias mujeres que buscan cumplir una meta y que son un ejemplo a seguir, por que nadie puede iniciar algo y dejarlo por la mitad...
ResponderEliminarel texto esta un poco dificil de entender, pero tiene ciertas ideas que se ven de forma explicita plasmadas en cada uno de los mensajes enviados por el ecrito, a traves del actuar de las 3 mujeres, con respecto a la sirvienta y la actitud que esta tomo, independientemente el significado que como tal tienen los 7 puentes, la expresion de la sirivienta etc.. pero de igual forma es dificil entender y comprender el texto
ResponderEliminarel texto es demasiado largo y un poco difícil de entender y no me parece muy interesante y no es de mi gusto.
ResponderEliminarSon varios los aspectos a destacar en cuanto a la interpretación de un texto tan rico en contenido como el anterior.
ResponderEliminar1. Nos encontramos ante unas mujeres, que como todo ser humano, siempre pone su fe y su destino en entes superiores a el, y de esta manera busca atribuirle al mismo sus victorias y fracasos haciéndolo responsable de ellos.
2. El total apego a las ritualidades que aun se conserva en muchas culturas, con la entrada en vigencia del posmodernismo los hombres dejamos atrás las costumbres de nuestros lugares de origen y en cambio intentamos encajar en los modos de vida que ofrece el mundo moderno.
3.Los siete puentes, mas que por sus cantidades o cualidades, representan los obstáculos que se nos presentan a lo largo de nuestra vida, los cuales para superarlos nos exigen ser constantes, perseverantes, fuertes tenaces y no perder la fe; No todos tienen la fuerza de voluntad necesaria para lograrlos y eso se evidencia claramente en el texto, sin embargo este nos demuestra que podemos cumplir todo lo que nos propongamos si nos esforzamos por ello.
este cuento no me gusto, es difícil de entender. en general veo como 4 mujeres de diferentes clases sociales luchan por conseguir su sueño y lo que quieren en la vida.
ResponderEliminarRespecto a este texto grande pero muy lleno de ideas, Analizando según su contenido es la meta que lleva la mujer pero esos 7 obstáculos (puentes) que son lo que influye a tener una Gran fé y fortaleza para seguir adelante.
ResponderEliminarEn este texto se encuentra enmarcado como las personas deben perseguir sus sueños y nunca desistir de estos,a su vez también es necesario tener la convicción de lo que realmente se quiere,no dudar,ni derrumbarse ante cualquier obstáculo.Vemos también como cada ser humano lucha por ideales distintos,en mi opinión también se refleja que la clase social no es un limite para llegar a la meta y cumplir un sueño como en este caso mina quien logro completar todas sus plegarias.
ResponderEliminarA pesar de que el texto es muy extenso, me pareció muy enriquecedor puesto que este a su vez nos deja una enseñanza.
No creo comprender abiertamente lo que el autor
ResponderEliminarquiere transmitir como moraleja de la historia si es que acaso tiene alguna, y
considero que tal vez dicha dificultad nace en el abismo cultural entre
Colombia y Japón, siendo sus costumbres y creencias completamente desconocidas
o solo entendidas de forma muy superflua para poder analizar exitosamente los
sentimientos y pareceres del escritor. Es un cuento largo, si , pero aburrido
no, es incluso particular la forma en que la trama se llena de suspenso y crea
curiosidad de saber como prosigue el relato a pesar de sus elementos tan
simples como un grupo de mujeres atravesando calles en altas horas de la noche.
Profesora me parece un texto demasiado extenso, se pierde el interés mientras se esta leyendo y de forma no queda nada en la mente para reflexionar, es difícil de entender por
ResponderEliminarEste cuento se refiere a 4 mujeres; 1 Koyumi de 42 años de figura regordeta la ambición la mayor característica psicológica que resalta de su etopeya; 2 Kanako que tiene 22 años es buena bailarina y bonita, Ella solo desea realizar un papel importante, teme llegar a la vejez; 3 Masako tenía 22 años era bella y rica La etopeya de ella presenta actitudes arrogantes, despreciativas, típicas de una niña malcriada; 4 Mina es la sirvienta campesina de Masako según una etopeya, representa a un personaje esforzado, que logra cumplir su deseo, a pesar de ser fea y pobre.
ResponderEliminarLo que sí comparten son creencias míticas sobre la buena fortuna. Lo que pretende mostrar Mishima, a través de la ficción es que las mujeres pueden superar sus rencillas y distancias por un proyecto común. El autor supone que sus personajes necesitan moderar su deseo y trabajarlo de manera más dedicada.
Igual que los demás se ne hizo complicado entender el texto pero me quedo como reelección que la vida tiene partes difíciles siempre, que nunca hay una buena racha, siempre tiene que haber momentos malos con los cuales se aprende pero sin perder la esperanza y tener siempre el norte en mente.
ResponderEliminarme gusto muchisimo este texto , muestra la cultura asiática específicamente con respecto a las geishas, sus costumbres, creencias, agüeros y los temas de importancia para ellas debido a el mundo en el que viven, podemos observar las diferencias culturales , y como para ellos es mirado con normalidad ciertos aspectos como el papel que desempeña una mujer de estas en su cultura y como es vista en la nuestra , es bueno recibir conocimientos de las diferentes percepciones del mundo
ResponderEliminarEs un texto extenso, pero en cierta parte cautivador, no niego que hay ciertas partes confusas, que no son de mi entendimiento, pero en su sentido general, se rescatan temas como lo es el papel de la mujer en la cultura asiática, el deseo de superación y los medios para lograrlo, la ambición en el texto recae en un personaje que llega a rendirse, pero los sueños, recaen en la persona que los cumple, creo que lo más importante que logra quedarme de este texto, es que si dudas de tus sueños, no lo deseas lo suficiente.
ResponderEliminarEl texto me parece demasiado aburridor, su lenguaje no es muy comprensible, sin embargo hay puntos que se destacan y que resaltan someramente el texto, pero en general no le veo nada interesante.
ResponderEliminaren mi vaga idea, tenemos que seguir nuestras metas sin dejar que nada ni nadie interfiera en ellas, y lo más importante, saber afrontar esos caminos que aveces se tornan difíciles.
ResponderEliminarJUAN CAMILO PINEDA DE LA OSSA
ResponderEliminarNo inconscientemente había dejado sin comentar esta publicación, desde un principio me pareció tediosa, y aún ahora después del tiempo en que se publicó y yo comento, me sigue resultando tediosa e incomprensible, pero de lo que leí y entendí logre ver una enseñanza en él, que a pesar de los obstáculos o "puentes" como se refieren en el texto debemos ser perseverantes y tener fortaleza ante las adversidades que se nos presenten en el camino por lograr nuestras metas.
Aunque no sea un texto de mi gusto, y me parezca muy complicado y aburrido de leer considero que es importante rescatar que hay que ser perseverantes y no dejarnos vencer por lo obstáculos que se nos presentan en nuestro diario vivir.
ResponderEliminarfascinante, los colombianos tenemos muchos muchísimos puentes por atravesar y es bueno recordar de vez en cuando que no hay que desfallecer ante los problemas, pues luego solo serán enseñanzas para continuar
ResponderEliminarEn este cuento “Los siete puentes”
ResponderEliminarde Yukio Mishima,
está plasmada de manera clara, pero usando una forma narrativa particular propia
del autor, que hace de la historia algo compleja y a la que hay que invertirle
mucha concentración. Es esa cierta necesidad de los personajes por cumplir sus
sueños, siendo unos más importantes que otros, cuya importancia es difícil de
calificar, puesto que cada persona en el mundo tiene prioridades distintas.
Lo valioso de la historia, es saber que para concebir
los sueños, anhelos o necesidades que deseas cumplir, debes tener una clara
visión, no apartar la vista de tu objetivo, pero lo más importante, es que esos
deseos estén llenos de sinceridad, ganas y esperanza, sin importar si te vales
de ciertas supersticiones, porque en la vida todos creemos en algo, y si en la
medicina muchos mejoran con placebos, por qué no puedes Tú, Yo, cumplir
nuestros sueños creyendo en supersticiones. Concretamente pienso que como
personas, debes aplicar ese efecto placebo a la vida, y podremos ver como con
simplemente creer en la esperanza, nuestros sueños más anhelados se cumplirán, el
tiempo lo decidimos nosotros, con el empeño y el deseo que le imprimamos.
Lo que logre entender del texto es que siempre nos encontraremos con situaciones que nos pondrán a prueba y es donde creo que el quiere referirse a "puentes" es decir que siempre habrán caminos que transitar y por ende obstáculos que aran lo posible para impedirlo, por eso debemos tener siempre clara nuestra meta y nuestros sueños para luchar fuerte por ellos y poder cumplirlos.
ResponderEliminarMe gusto demasiado esta historia porque muestra como la cultura asiatica ha ido adentrándose poco a poco en toda América, en un sentido mas literal, el texto puede significar que en la vida siempre van a existir caminos, los cuales estén llenos de obstáculos, los cuales siempre debemos superar y tratar de salir adelante, pienso que el texto a primera vista es difícil y complicado al momento de entenderlo o interpretarlo pero con un par de leídas juiciosamente se puede.
ResponderEliminarEl texto en principio puede parecer un poco confuso y tedioso pero debemos entender que tiene un mensaje profundo ,a mi modo de ver y no se si me este equivocando lo que quiere decir el autor es que siempre en la vida habran situaciones difíciles ,demasiado complicadas , donde pensaremos que todo esta mal pero debemos saber que siempre hay que tener paciencia y encontrar con calma la solución , también trata de decirnos con lo de los puentes es que en nuestra vida debemos tomar un camino ,es decir decisiones que seguramente forjaran nuestro destino positiva o negativamente .
ResponderEliminarNo me gustó, y no me gustó porqué no lo entendí.... una que otra parte bonita, pero en general me pareció complicado de entender... demasiados detalles y pasos, nunca me ha gustado eso en un texto.
ResponderEliminarPara no quedarme con la intriga quiero imaginar que el deseo de mina fue que toda persona que intentara hacerle daño o lastimarla de alguna forma, fuera castigada. La historia realmente me parece corta de espiritu. No me senti bien al finalizarla, es como si estuviera leyendo algo con tanta emocion que al fin y al cabo no valio la pena. Los puentes y los deseos solo fueron producto de una tonta ilusión. Aveces nos apegamos a teorias como esa y no pensamos que por nuestros propios esfuerzos podemos llegar a cumplir nuestros anhelos.
ResponderEliminarMe parece una buena costumbre esa de llevar vestidos de treboles cuando quieren tener hijos las asiaticas... si todas las mujeres nos pusieramos de acuerdo en llevar una vestimenta cuando quisieramos ser madres talvez los hombres respetaran mas los sentimientos de las mujeres porque el querer ser madres para algunas mujeres es muy importante, aunque otras tantas no lo valoren y jueguen con la vida de los peques que llevan en sus vientres.
ResponderEliminar