Siempre le ocurría lo mismo: cuando se acercaba el comienzo del semestre, y con él la clase sobre Julio César , Osorio comenzaba a preguntarse por qué seguía haciendo lo que hacía. Por estos días cumpliría treinta y un años en esta cátedra que él mismo había inventado, treinta y un años idénticos en que se desgañitaba hablándoles de Shakespeare a estudiantes de Derecho, y todavía no lograba que admiraran el discurso del rey Enrique en el día de San Crispín, o la efectividad malévola de Yago, o las temibles metáforas con que Lady Macbeth ataca los puntos débiles de su marido. A comienzos de 1984 —se acordaba bien del año: tantas cosas pasaron entonces—, Osorio se había acercado al decano de la universidad con una propuesta: una clase que les enseñara a los futuros abogados el arte de la retórica usando como vehículo (así había dicho: “vehículo”) las grandes obras del bardo (así había dicho: “el bardo”). Y aquí estaba, treinta y un años después, repitiendo el mismo curso en el mis...
Espacio de discusión académica que apela a lo que comúnmente se repite en los pasillos de las escuelas de derecho “el que sólo sabe de derecho, nada sabe de derecho”; será un cenáculo de conversación a veces de noticias de actualidad, música, arte, opiniones diversas entre otros, donde se permita pensar el derecho